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Muerte de un viajante (Arthur Miller)

“Muerte de un viajante” fue galardonada con el Premio Pulitzer en 1949, con tres Premios Tony y con el de la Crítica de Nueva York. Esta obra teatral del escritor y dramaturgo Arthur Miller se presenta como una crítica al sueño americano, pero la complejidad de sus personajes, los ricos matices del diálogo y el trasfondo intenso que escapa de sus palabras la convierten en auténtico libro de referencia. Pese a que han pasado más de 60 años desde que se estrenara por primera vez en el mítico Teatro Morosco (Broadway, 10 de febrero de 1949), dirigida por Elia Kazan, “Muerte de un viajante” se mantiene fresca, incorruptible ante al paso del tiempo. Quizá el intenso magnetismo de su protagonista, el viajante Willy Loman de 63 años, inspirado en una persona real a la que Arthur Miller conoció, tenga mucho que ver con su eterno encanto.

LO MEJOR: Uno de los mayores atractivos de la obra es la capacidad con la que Miller da forma a la trama social en la que se inserta el relato hasta en sus más mínimos elementos. Con habilidad de maestro esculpe el escenario en el que habitan unos personajes que en la marea de sus sueños truncados, sus distorsionados recuerdos del pasado y su hastío ante el presente resultan tangibles.


SINOPSIS: La historia comienza presentándonos al viajante Willy Loman que parece haber disfrutado de su profesión durante muchos años y encara su inminente retiro en un puesto más cómodo en Nueva York mientras se preocupa por el fracaso laboral de su hijo Biff. Y el espectador/lector cree a Willy, quien con las artes propias de su oficio de vendedor tiene un gran poder de convicción. Pero en cuanto nos adentramos un poco más en la trama queda al descubierto que el viajante está arruinado, que nunca será trasladado de puesto, sino despedido, y que vive obsesionado con las riquezas que tienen los demás y de las que él carece. ¿Cómo podría haber logrado algo en la vida si cuanto hace es tejer sueños imposibles? Inexplicablemente tiene una fe inquebrantable en que la fortuna le caerá del cielo sin que él tenga que mover un dedo. Así construye castillos en el aire que se derrumban constantemente y en cuanto se encuentra ante sus escombros se pregunta abatido cómo es que se han hundido tan fácilmente sus sueños. Para enmascarar su insoportable fracaso, el viajante niega la realidad creyéndose sus propias mentiras de forma que, atrapado en la enrevesada red de sus vanas ilusiones, resulta imposible desengañarle.

ESTILO: El estilo de la obra se deja llevar por los delirios de Willy en la forma de esos sueños que se inmiscuyen constantemente en el diálogo a través de recuerdos teñidos de fantasía y de esperanzas con respecto a un porvenir ridículamente ilusorio. Por otro lado, el hecho de que el final de la obra se desvele en el propio título no le resta atractivo al relato, sino que convierte a los espectadores en cómplices del destino del viajante, un destino que desde las primeras líneas del diálogo con sus falsos accidentes de coche resulta evidente para todos salvo para el propio Willy.


WILLY —No puedo más. No puedo más, Linda.
LINDA—¿Dónde has estado lodo el día?
WILLY —He llegado hasta un poco más allá de Yonkers.
Me detuve a tomar una taza de café. Quizá haya sido el café.
LINDA—Haya sido, ¿qué?
WILLY—De pronto, no pude conducir más. El coche se fue para la cuneta...
LINDA—¡Ah! Puede que sea la dirección otra vez. Me pareció que no la habían arreglado bien,
WILLY —No, era yo. Era yo. De pronto, me di cuenta de que iba a más de setenta por hora, y no recuerdo los últimos cinco minutos. Fue como perder el conocimiento...
LINDA—Quizá sean las gafas. No has ido a recoger las nuevas.
WILLY —No. Veo muy bien. He vuelto despacio, a quince por hora... He tardado casi cuatro horas en llegar de Yonkers.
LINDA— Tienes que tomarte una temporada de descanso. No puedes continuar así.
WILLY — Acabo de volver de Florida, de unas vacaciones.
LINDA— Pero es tu cabeza la que no descansa. Tu imaginación no está quieta un momento. Eso es lo malo.
WILLY — Saldré mañana, por la mañana, me encontraré mejor.
LINDA—Toma una aspirina. ¿Quieres que te la traiga? Te aliviará un poco,
WILLY —Iba conduciendo y me sentía bien. Y hasta iba fijándome en el paisaje. ¿Te das cuenta? Admirando el paisaje, cuando me paso en la carretera cada día de mi vida. Pero, ¡era tan hermoso, Linda! Los árboles parecían nuevos, y el sol lo llenaba todo. Abrí el parabrisas, para que me diera el aire templado. Y, de pronto, me encuentro fuera de la carretera. Me olvidé completamente de que iba conduciendo. Si me llego a ir al otro lado de la carretera, hubiera podido matar a alguien. Me recobré, pero cinco minutos después, volví a sentir lo mismo, y casi...
Me vienen unos pensamientos..., unos pensamientos tan extraños...”

Aparte de sus numerosas representaciones teatrales, “Muerte de un viajante” fue llevada al cine por en 1951 dirigida por Laslo Benedek y protagonizada por Fredric March, Mildred Dunnock y Kevin McCarthy.
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Edna López es escritora, abogada y antropóloga social y cultural. Con su primera novela, En busca del tesoro de Kola, obtuvo el XIX Premio EDEBÉ. También ha recibido el Premio Especial de Integración de la Ciudad de Tudela, el XXIV Premio UNED de Narración Breve, el Premio Luis Adaro convocado por la AEN y ha publicado en la revista Rio Grande Review del Departamento de Creación Literaria de la Universidad de Texas.