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A INTERVALOS

Cuando escribo

Cortázar en los labios...

"Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo, la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mí para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja. Me miras, de cerca me miras, cada vez más de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez más de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mí como una luna en el agua. (...)

JULIO CORTÁZAR (1914-1984)
De RAYUELA (1963)

J. A. Grimshaw, "Espíritu de la Noche"

"Spirit of the Night", 1879
El aire misterioso y evocador de las pinturas de John Atkinson Grimshaw (1836–1893) se lo debemos a su intensa imaginación. En la composición de algunos de sus trabajos tempranos también se aprecia su gusto por la fotografía. Aunque las sombras siempre están presentes en sus obras, supo cómo matizarlas con la sugerente luz de la luna. En vida no expuso más que cinco cuadros en la Royal Academy, pero fue el prototipo de artista de la era Victoriana, con sus pinturas de escenas noctunas y paisajes urbanos. Las ciudades y los puertos que representó más a menudo son los de Glasgow, Liverpool, Leeds, Scarborough, Whitby y Londres. Pese a su marcada identificación con los colores fríos y las ciudades en la noche, también fue autor de otros temas (muy populares en la época), como sus "composiciones de hadas". Lo que siempre me ha cautivado de su obra es que cada lienzo parece decir mucho más de lo que expresa la imagen, es el comienzo de una historia, una incógnita latente en forma de pincelada.













125 años de National Geographic


Portada. 1909 | CANADA - National Geographic financió al comandante Robert E. Peary su expedición al Polo Norte. Llegaran Peary y su asistente, Matthew Henson, al Polo o no, se acercarin a la meta de lo que nadie antes que ellos había conseguido. (Foto © Robert E. Peary Collection, NGS).

2. LA VENTA, TABASCO. MEXICO - A principios de 1938, Matthew Stirling, jefe de la Oficina de Etnología Americana del Smithsonian, realizó 8 expediciones patrociadas por National Geographic a Tabasco y Veracruz en México. Descubrió 11 colosales cabezas de piedra, evidencia de la antigua civilización Olmeca que había permanecido enterrada enel tiempo durante quince siglos. (Foto por Richard Hewitt Stewart).


3. 1948 | AUSTRALIA - El fotoperiodista Howell Walker, de la revista del National Geographic "Australia Man", escribe en su "oficina" en Inyalark Hill, donde pasó una semana con Charles Mountford, jefe de la expedición de Arnhem Land. (Foto por Howell Walker).


4. 1969 | LA LUNA - El astronauta Buzz Aldrin camina sobre el Mar de la Tranquilidad. Su visor refleja a Neil Armstrong y al módulo lunar Eagle. Los astronautas del Apolo 11 llevaron la bandera de National Geographic Society con ellos en su viaje a la Luna. (Foto: NASA).


5. 1991 | ATLÁNTICO NORTE - Proa del R.M.S. Titanic, que se hundió en el Atlántico Norte tras chocar con un iceberg en abril de 1912. (Foto de Emory Kristof).


6. 1994 | BOTSWANA - Reconocidos cineastas de vida silvestre y  exploradores de National Geographic, Dereck y Beverly Joubert, fotografían a un elefante a muy corta distancia en la región Savuti de Botswana, uno de los últimos páramos vírgenes de África. (Foto por Beverly Joubert).


7. PERÚ - El "Ice Maiden", la momia de 500 años de edad de una joven inca fue encontrada en la cima de una montaña por el arqueólogo peruano y explorador del National Geographic, Reinhard Johan. (Foto por Stephen Alvarez).


8. 2009 | WASHINGTON, ESTADOS UNIDOS - Gifford Pinchot National Forest, llamado así por el fundador del Servicio Forestal de los EE.UU. y miembro de la junta de National Geographic Society. (Photo by Scottyboipdx Weber / National Geographic My Shot). 


9. Isla del Coco, COSTA RICA - El biólogo marino y explorador del National Geographic,  Enric Sala bucea junto a una tortuga verde de la Isla del Coco, Costa Rica. Sala lidera el proyecto Pristine Seas de National Geographic, que tiene como objetivo buscar, estudiar y ayudar a proteger los últimos lugares "sanos y sin molestias" en el océano. (Photo by Octavio Aburto).


10. UGANDA - Un león trepa a un árbol para dormir en el Parque de la Reina Elizabeth. (Foto por Joel S.).     

Un Escándalo, Antón Chéjov.

La corriente naturalista despliega todos sus encantos en Un escándalo, uno de mis cuentos favoritos del escritor ruso Antón Chéjov.
En el campo de la literatura, Chéjov (Taganrog, 1860-Baden-Wurtemberg, 1904) fue el maestro del relato corto, además de médico y dramaturgo. Las innovaciones que introdujo en el género siguen siendo destacadas por la crítica. Lejos de la tendencia del siglo XIX a introducir mensajes morales en las obras, Chéjov se caracterizó por suscitar preguntas en el lector, así como por la técnica del monólogo, perfeccionada luego por James Joyce.
A continuación les dejo el texto completo del relato.

Macha Pavletskaya, una muchachita que acababa de terminar sus estudios en el Instituto y ejercía el cargo de institutriz en casa del señor Kuchkin, se dijo, al volver de paseo con los niños: «¿Qué habrá pasado aquí?» El criado que le abrió la puerta estaba colorado como un cangrejo y visiblemente alterado. Se oía en las habitaciones interiores insólito trajín. «Acaso la señora -siguió pensando la muchacha- esté con uno de sus ataques o le haya armado un escándalo a su marido.»
En el pasillo se cruzó con dos doncellas, una de las cuales iba llorando. Ya cerca de su habitación vio salir de ella, presuroso, al señor Kuchkin, un hombrecillo calvo y marchito, aunque no muy viejo.
-¡Es terrible! ¡Qué falta de tacto! ¡Esto es estúpido, abominable, salvaje! -iba diciendo, con la cara como la grana y los brazos en alto.
Y pasó, sin verla, por delante de Macha, que entró en su habitación.
Por primera vez en su vida la joven sintió ese bochorno que conocen tanto las gentes dedicadas a servir a los ricos. Se estaba efectuando un registro en su cuarto. El ama de la casa, Teodosia Vasilievna, una señora gruesa, de hombros anchos, cejas negras y espesas, manos rojas y boca un tanto bigotuda -una señora, en fin, con aspecto de cocinera-, colocaba apresuradamente dentro del cajón de la mesa carretes, retales, papeles...
Sorprendida por la aparición inesperada de la institutriz, se turbó, y balbuceó:
-Perdón..., he tropezado..., se ha caído todo esto... y estaba poniéndolo en su sitio.
Al ver la cara pálida, asombrada de la muchacha, balbuceó algunas excusas más y se alejó, con un sonoro frufrú de sayas ricas.
Macha contemplaba el aposento, presa el alma de un terror vago y de una angustia dolorosa. ¿Qué buscaba el ama en su cajón? ¿Por qué el señor Kuchkin salía de allí tan alterado? ¿Por qué su mesa, sus libros, sus papeles, sus ropas estaban en desorden?... Allí acababa, a todas luces, de efectuarse un registro en regla. Pero ¿con qué motivo?, ¿en busca de qué?...
La visible turbación del criado, el trajín que reinaba en la casa, el llanto de la doncella, se relacionaban, sin duda, con el registro. ¿Se la suponía, quizás, autora de algún delito?
Macha se puso aún más pálida de lo que estaba, las piernas le flaquearon y se sentó en un cesto de ropa blanca.
Entró una doncella.
-Lisa, ¿podría usted decirme por qué se ha hecho en mi habitación... un registro? -preguntó la institutriz.
-Se ha perdido un broche de la señora..., un broche que vale dos mil rublos...
-Bien; pero ¿por qué se ha registrado mi habitación?
-¡Se ha registrado todo, señorita! A mí me han registrado de pies a cabeza, aunque, se lo juro a usted, no he tocado en mi vida ese maldito broche. Incluso he procurado siempre acercarme lo menos posible al tocador de la señora.
-Sí, sí, bien...; pero no comprendo...
-Ya le digo a usted que han robado el broche. La señora nos ha registrado, con sus propias manos, a todos, hasta a Mijailc, el portero... ¡Es terrible! El señor parece muy disgustado; pero la deja hacer mangas y capirotes... Usted, señorita, no debe ponerse así. Como no han encontrado nada en su habitación, no tiene nada que temer. Usted no ha cogido la alhaja, ¿verdad?, pues no sea tonta y no se apure...
-Pero ¡es que clama al cielo -dijo Macha, ahogándose de cólera- lo humillante, lo ofensivo, lo bajo, lo vil del proceder de la señora! ¿Que derecho tiene ella a sospechar de mí y a registrar mi cuarto?
-Usted, señorita -suspiró Lisa-, depende de ella... Aunque es usted la institutriz, la considera al fin y al cabo -perdóneme usted- una criada... Usted come su pan, y ella se cree con derecho a todo y no se para en barras.
Macha se dejó caer en la cama y rompió a llorar amargamente. Nunca había sido humillada, insultada, ultrajada de tal manera. ¡Ella, una muchacha bien educada, sentimental, hija de un profesor, considerada autora posible de un robo y registrada como una vagabunda!
Al pensar en el sesgo que podía tomar el asunto, la institutriz se horrorizó. Si se la había podido suponer autora del robo, ¿quién le garantizaba que no se podía incluso detenerla?... Quizás la desnudaran, delante de todos, para ver si ocultaba la alhaja, y la llevaran a la cárcel, a través de las calles llenas de gente. ¿Quién iba a defenderla? Nadie. Sus padres vivían en un apartado rincón de provincias y su situación económica no les permitía emprender un viaje a la capital, donde ella no tenía parientes ni amigos y estaba como en un desierto. Podían, por lo tanto, hacer de ella lo que quisieran.
«Iré a ver a los jueces, a los abogados -se dijo, llorando- y se lo explicaré todo; les juraré que soy inocente. Acabarán por convencerse de que no soy una ladrona.»
De pronto recordó que guardaba en el cesto de la ropa blanca algunas golosinas: fiel a sus costumbres de colegiala, solía meterse en el bolsillo, cuando estaba comiendo, algún pastelillo, algún melocotón, y llevárselos a su cuarto.
La idea de que el ama lo habría descubierto la hizo ponerse colorada y sentir como una ola cálida por todo el cuerpo. ¡Qué vergüenza! ¡Qué horror!
El corazón empezó a latirle con violencia y las fuerzas la abandonaron.
-¡La comida está servida! -le anunció la doncella-. La esperan a usted.
¿Debía ir a comer?... Se alisó el pelo, se pasó por la cara una toalla mojada y se dirigió al comedor.
Habían ya empezado a comer. A un extremo de la mesa sentábase la señora Kuchkin, grave y reservada; al otro extremo su marido; a ambos lados los niños y algunos convidados. Servían dos criados, de frac y guante blanco. Reinaba el silencio. La desgracia de la señora ataba todas las lenguas. Sólo se oía el ruido de los platos.
El silencio fue interrumpido por el ama de la casa.
-¿Qué hay de tercer plato? -le preguntó con voz de mártir a un criado.
-Esturión a la rusa -contestó el sirviente.
-Lo he pedido yo, querida -se apresuró a decir el señor Kuchkin-. Hace mucho tiempo que no hemos comido pescado. Pero si no te gusta, diré que no lo sirvan... Yo creía...
A la señora no le gustaban los platos que no había ella pedido, y se sintió tan ofendida, que sus ojos se llenaron de lágrimas.
-¡Vamos, querida señora, cálmese! -le dijo el doctor Mamikov, que se sentaba junto a ella.
Su voz era suave, acariciadora, y su sonrisa, al dar su mano unos golpecitos sedativos en la de la dama, era no menos dulce.
-Vamos, querida señora! Tiene usted que cuidar esos nervios. ¡Olvide ese maldito broche! La salud vale más de dos mil rublos...
-No -se trata de los dos mil rublos -dijo la dama con voz casi moribunda, secándose una lágrima- Es el hecho lo que me subleva. ¡No puedo tolerar ladrones en mi casa! ¡No soy avara; pero no puedo permitir que me roben! ¡Qué ingratitud! ¡Así pagan mi bondad!
Todos los comensales tenían la cabeza baja y miraban al plato; pero a Macha le pareció que habían levantado la cabeza y la miraban a ella. Se le hizo un nudo en la garganta. Apresurándose a cubrirse la faz con el pañuelo, balbuceó:
-¡Perdón! No puedo más... Tengo una jaqueca horrorosa...
Se levantó con tanta precipitación, que por poco si tira la silla, y, en extremo confusa, salió del comedor.
-¡Qué enojoso es todo esto, Dios mío! -murmuró el señor Kuchkir- No se ha debido registrar su cuarto... Ha sido un abuso...
-Yo no afirmo -replicó la señora- que sea ella quien ha robado el broche; pero ¿pondrías tú la mano en el fuego?... Yo confieso que estas... institutrices... me inspiran muy poca confianza.
-Sí, pero -contestó el amo de la casa con cierta timidez- ese registro..., ese registro..., perdóname, querida..., no creo que tuvieras, con arreglo a la ley, derecho a efectuarlo.
-Yo no sé de leyes. Lo que sé es que me han robado el broche, ¡y lo he de encontrar!
La dama dio un enérgico cuchillazo en el plato, y sus ojos lanzaron temerosos rayos de cólera.
-¡Y le ruego a usted -añadió dirigiéndose a su marido- que no se mezcle en mis asuntos!
El señor Kuchkin bajó los ojos y exhaló un suspiro.
Macha, cuando llegó a su cuarto, se dejó caer de nuevo en la cama. No sentía ya temor ni vergüenza; lo único que sentía era un deseo violento de volver al comedor y darle un par de bofetadas a aquella señora grosera, malévola, altiva, pagada de sí. ¡Oh, si ella pudiera comprar un broche costosísimo y tirárselo a la cara a la innoble mujer!
¡Oh, si la señora Kuchkin se arruinase y llegara a conocer todas las miserias y todas las humillaciones y se viera un día forzada a pedirle limosna! ¡Con qué placer se la daría ella, Macha Pavletskaya!
¡Oh, si ella heredase una gran fortuna! ¡Qué delicia pasar en un hermoso coche, con insolente estrépito, por delante de las ventanas de la señora Kuchkin!
Pero todo aquello era pura fantasía, sueños. Había que pensar en las cosas reales. Ella no podía continuar allí ni una hora. Era triste, en verdad, el perder la colocación y tener que volver a la casa paterna, tan pobre; pero era preciso. No podía ver a la señora, y el cuarto se le caía encima. Se ahogaba entre aquellas paredes. La señora Kuchkin, con sus enfermedades imaginarias y sus pujos de dama prócer, le inspiraba profunda repulsión. Sólo el oír su voz le crispaba los nervios. ¡Sí, había que marcharse en seguida de aquella casa!
Macha saltó del lecho y se puso a hacer el equipaje.
-¿Se puede? -preguntó detrás de la puerta la voz del señor Kuchkir.
-¡Adelante!
El amo entró y se detuvo a pocos pasos del umbral. Su mirada era turbia y brillaba su nariz roja. Se tambaleaban un poco. Tenía la costumbre de beber cerveza en abundancia después de comer.
-¿Qué hace usted? -preguntó, mirando las maletas abiertas.
-El equipaje para irme. No puedo continuar aquí. Ese registro ha sido para mí un insulto intolerable.
-Comprendo su indignación de usted...; pero hace usted mal en tomarlo tan por la tremenda. La cosa, al cabo, no es tan grave...
La muchacha no contestó y siguió entregada a sus preparativos.
El señor Kuchkin se retorció el bigote, la miró en silencio unos instantes y añadió:
-Comprendo su indignación, señorita; pero... hay que ser indulgente. Ya sabe usted que mi mujer es muy nerviosa y está un poco tocada... No se la debe juzgar demasiado severamente.
Macha siguió callada.
-Si usted se considera ofendida hasta tal punto, yo estoy dispuesto a pedirle perdón. ¡Perdón, señorita!
La institutriz no despegó los labios. Sabía que aquel hombre, casi siempre borracho, sin voluntad, sin energía, era un cero a la izquierda en la casa. Hasta la servidumbre le trataba con muy poco respeto. Sus excusas no tenían valor alguno.
-¿No contesta usted? ¿No le basta el que yo le pida perdón? Se lo pediré entonces en nombre de mi mujer... Como caballero, debo reconocer su falta de tacto...
El señor Kuchkin dio algunos pasos por el cuarto, suspiró y prosiguió:
-¿Quiere usted, pues, que la conciencia me remuerda toda la vida, señorita? ¿Quiere usted que yo sea el más desgraciado de los hombres?...
-Ya sé yo, Nicolás Sergueyevich -le contestó Macha, volviendo hacia él sus grandes ojos arrasados en lágrimas-, ya sé yo que no tiene usted la culpa. Puede usted tener la conciencia tranquila.
-Sí, pero... ¡Se lo ruego, no se vaya usted!
Macha movió negativamente la cabeza.
Nicolás Sergueyevich se detuvo junto a la ventana y se puso a tamborilear con los dedos en los cristales.
-¡Si supiera usted -dijo- lo bochornoso que es todo esto para mí! ¿Qué quiere usted? ¿Que le pida perdón de rodillas? Usted ha sido herida en su orgullo, en su amor propio; pero yo también tengo amor propio, y usted lo pisotea... ¿Me obligará usted a decirle una cosa que ni al confesor se la diría a la hora de mi muerte?
Macha no contestó.
-Bueno; ya que se empeña usted, se lo diré todo. ¡Soy yo quien ha robado el broche de mi mujer!... ¿Está usted contenta?... Yo he sido, yo... Naturalmente, cuento con su discreción de usted, y espero que no se lo dirá a nadie... Ni una palabra, ni la menor alusión, ¿eh?
Macha, estupefacta, aterrada, seguía haciendo el equipaje. Con mano nerviosa echaba a la maleta su ropa blanca, sus vestidos. La pasmosa confesión del señor Kuchkin aumentaba su prisa de irse. ¿Cómo había podido vivir tanto tiempo entre aquella gente?
-¿Está usted asombrada? -preguntó, tras un corto silencio, Nicolás Sergueyevich. ¡Es una historia muy sencilla, una historia vulgar! Yo necesito dinero y mi mujer no me lo da. Esta casa y cuanto hay en ella eran de mi padre. Todo esto es mío. Mío es también el broche. Lo heredé de mi madre. Y, sin embargo, ya ve usted, mi mujer lo ha acaparado todo, se ha apoderado de todo... Comprenderá usted que no voy a llevar el asunto a los tribunales... Le ruego, señorita, que no me juzgue con demasiada severidad. Perdóneme y quédese. Comprender es perdonar... ¿Se queda usted?
-¡No! -contestó con voz firme y resuelta la muchacha, llena de indignación-. ¡Le ruego que me deje en paz!
-¡Qué vamos a hacerle! -suspiró el beodo, sentándose junto a la maleta-. Me place que haya aún quien se indigne, quien se ofenda, quien defienda su honor... No me cansaría nunca de admirar ese gesto de indignación... ¿No quiere usted, pues, seguir aquí?... Lo comprendo... ¡Quién estuviera en su lugar!... Usted se irá, y yo..., ¡yo no podré nunca dejar esta casa! Hubiera podido retirarme al campo, a alguna de las fincas que heredé de mi padre; pero mi mujer ha colocado en ella de administradores, de agrónomos, de capataces a una taifa de bribones, ¡el diablo se los lleve!, que me hubieran hecho la vida imposible...
-¡Nicolás Sergueyevich! -gritó por el pasillo la señora Kuchkin-. ¿Dónde se ha metido?
-¿Conque no quiere usted quedarse? -preguntó el amo, levantándose y dirigiéndose a la puerta-. Lo mejor sería que se quedase... Yo vendría todas las noches a charlar un rato con usted... Si se va usted seré aún más desgraciado. Usted es en la casa la única persona que tiene cara humana. ¡Es terrible!
Y miraba a la institutriz con ojos suplicantes; pero ella movió negativamente la cabeza. El señor Kuchkin salió del aposento, pintada en el rostro la desesperación.
Media hora después Macha Pavletskaya disponíase a tomar el tren.

Dran, el arte de la calle

El artista callejero francés Dran utiliza su arte para hacer una crítica de nuestra sociedad contemporánea. Conocido por algunos como "el francés Banksy" , su acercamiento al arte callejero es similar al de los artistas del graffiti Ingleses tanto en el tono como en el mensaje. Dran utiliza su oscuro sentido del humor para criticar la cultura moderna. A menudo aborda temas relacionados con el arte, la creatividad y la libertad de expresión. Esta temática recurrente en la obra de Dran queda simbolizada a través de niños dibujados con lápices de colores.

El artista reivindica el valor de la mente imaginativa de los niños, al tiempo que cuestiona la represión y el encarcelamiento de esa creatividad. Dran también critica los problemas sociales, como la omnipresencia de la violencia, la incapacidad de las parejas para conectar entre sí a pesar de compartir la intimidad de la cama, la destrucción del medio ambiente, el consumismo y los devastación de los desperdicios. Cada una de estas cuestiones se presenta bajo la forma caprichosa de unas imágenes cargadas de cinismo, al tiempo que conservan la profundidad de su mensaje.